Ese Maldito Yo.... (Fragmentos sueltos)

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El exceso de deliberación perjudica a todos los actos. Disertar demasiado sobre la sexualidad equivale a sabotearla. El erotismo, plaga de las sociedades crepusculares, es un atentado contra el instinto, es la impotencia organizada. No se reflexionan sobre las proezas que no necesitan la mínima reflexión. El orgasmo jamás ha sido un acontecimiento filosófico.


Mi dependencia del clima me impedirá siempre admitir la autonomía de la voluntad. La meteorología decreta el color de mis pensamientos. No se puede ser más rastreramente determinista que yo, pero ¿cómo evitarlo? En cuanto olvido que poseo un cuerpo, creo en la libertad. Pero tan pronto como me llaman al orden y me impone sus miserias y sus caprichos, dejo inmediatamente de creer en ella. Montesquieu tenía razón: «La dicha o la desgracia dependen de la disposición de los órganos».


Conocer, ordinariamente, es estar de vuelta de algo; conocer, absolutamente, es estar de vuelta de todo. La iluminación representa un paso más: consiste en la certeza de que en adelante no se volverá a ser víctima del engaño, es una última mirada sobre la ilusión.


Intento en vano imaginar el cosmos sin… mi. Afortunadamente, la muerte se apresurará a remediar la insuficiencia de mi imaginación.


Aquel poeta se especializó en lo fulgurante.


Prefiero ofrecer mi vida en sacrificio que serle necesario a alguien.


Según la mitología védica, todo aquel que se eleva a través del conocimiento destruye el bienestar del cielo. Los dioses, constantemente al acecho, viven aterrorizados ante la posibilidad de ser superados.


Una vez repuestos de una «pasión», volver a entusiasmarse por un ser parece tan inconcebible que resulta imposible imaginar a alguien, ni siquiera a un insecto, que no esté abismado en la decepción.



Mi misión es ver las cosas tal como son.
Todo lo contrario de una misión…

Yo no hubiera podido adaptarme a ningún destino. Estaba hecho para existir antes de mi nacimiento y después de mi muerte, pero no durante mi existencia.


Imposible hallar lo verdadero por ningún lado; por todas partes simulacros, de los que no debería esperarse nada. ¿Por qué añadir entonces a una decepción inicial todas las que se producen y la confirman con una regularidad diabólica día tras días?


El paso puro del tiempo, el tiempo desnudo, reducido a una esencia de transcurso, sin la discontinuidad de los instantes, sólo se percibe en las noches que pasamos en blanco. Todo desaparece en ellas. El silencio se insinúa por todas partes. Se escucha, pero no se oye nada.
(…)


Tuvo la indecencia de morirse.
Hay de hecho algo de inconveniente en la muerte. Pero ese aspecto, por supuesto, es el último que nos viene a la mente.


Si prefiero a las mujeres a los hombres es porque ellas tienen la ventaja de ser más desequilibradas, es decir, más complicadas, más perspicaces y más cínicas, por no hablar de esa misteriosa superioridad que confiere una esclavitud milenaria.



(…)
En todo, para lograr la impresión de lo verdadero, se necesita lo mezquino. Si los ángeles se pusieran a escribir, serían, a excepción de los caídos, ilegibles. La pureza es difícilmente comunicable, por incompatible con el aliento.


Según la tradición judía, la Torah –obra de Dios- precede al mundo en dos mil años. Jamás pueblo alguno se ha estimado tanto a sí mismo. ¡Atribuir a su libro sagrado tal antigüedad, creer que data de antes del Fiat Lux!
Es así como se crea un gran destino.


Abro una antalogía de textos religiosos y caigo de entrada sobre esta frase de Buda: «Ningún objeto merece ser deseado». –Cierro inmediatamente el libro, pues tras eso, ¿qué leer?


La dicha de haber tratado a un verdadero gascón. Jamás vi abatido a uno que conocí bien. Todas sus desgracias, que fueron considerables, me las anunciaba como si fueran triunfos. La diferencia entre él y Don Quijote era ínfima. De vez en cuanto intentaba, sin embargo, ver exactamente, pero sus esfuerzos resultaban siempre vanos. Fue hasta el final un optimista, un aspirante a la decepción.


Si me hubiera dejado llevar por mis impulsos, habría acabado loco o ahorcado.


Me resulta imposible saber si me tomo en serio o no. El drama del desapego es que no se pueden medir los progresos que se hacen. Se avanza en un desierto y no se sabe nunca dónde se está.


Muy injustamente, se otorga al tedio un estatuto menor que a la angustia. En realidad es más virulento que ella, pero le repelen las demostraciones que tanto le gustan a aquélla. Más modesto y sin embargo más devastador, puede surgir en cualquier momento, mientras que la angustia, distante, se reserva para las grandes ocasiones.


Viene como turista y le encuentro siempre por casualidad. Esta vez, particularmente expansivo, me cuenta que se encuentra maravillosamente bien, que experimenta una sensación de bienestar de la que es continuamente consciente. La replico que su salud me parece sospechosa, que no es normal darse cuenta constantemente de que se la posee, que la verdadera salud no se siente nunca. Desconfíe de su bienestar, le dije al separarnos.
Inútil añadir que no he vuelto a verle.


Si un gobierno decretara en pleno verano que las vacaciones son prolongadas indefinidamente y que, so pena de muerte, nadie debe abandonar el paraíso en el que se encuentra, se producirían suicidios en masa y masacres sin precedentes. 


Emil Michel Cioran

sábado, 11 de diciembre de 2010 en 17:17

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