Fragmento de Sexus, Dialogo con Stymer. (Henry Miller)

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Bueno, pues... Me has dicho que te gusta... que te propones... escribir un día. Yo sé que no estoy capacitado, pero tengo ideas, muchas, te lo aseguro. Para algo he sido abogado penalista y tú para algo has leído a Dostoyevski y a todos esos rusos locos. ¿Vas entendiendo? Mira, Dostoyevski está muerto, acabado y de ahí partimos nosotros: de Dostoyevski. Él se ocupaba del alma; nosotros nos ocuparemos de la inteligencia.»
Estaba a punto de hacer otra pausa. «Sigue», le dije. «Parece interesante.»
«Bueno, pues», prosiguió, «lo sepas o no, ya no queda en el mundo nada que se pueda llamar alma. Lo que explica en parte por qué te resulta tan difícil empezar a escribir. ¿Cómo se puede escribir sobre gente que carece de alma? Sin embargo, yo sí que puedo. He estado viviendo con esa clase de gente, trabajando para ellos, estudiando con ellos, analizándolos. No me refiero sólo a mis clientes. No cuesta demasiado trabajo considerar desalmados a los delincuentes, pero, ¿y si te dijera que no hay sino delincuentes por todos lados, mires donde mires? No hace falta ser culpable de un delito para ser un delincuente, pero, en fin, lo que estaba pensando es lo siguiente... sé que tú estás capacitado para escribir. Además, no me importa lo más mínimo que otro escriba mis libros. Tú necesitarías varias vidas para conseguir el material que yo he ido acumulando. ¿Para qué desperdiciar más tiempo? Ah, sí, se me olvidaba decirte una cosa... puede que te ahuyente. Es esto... me da igual que los libros lleguen a publicarse o no. Quiero sacármelos de dentro, nada más. Las ideas son universales: no las considero de mi propiedad...»
Echó un trago de agua helada de la jarra que tenía junto a la cama.
«Probablemente te parezca fantástico todo esto. No intentes adoptar una decisión de inmediato. ¡Piénsalo! Considéralo desde todos los puntos de vista. No me gustaría que aceptaras y después te echases atrás al cabo de un mes o dos. Pero permíteme hacerte observar una cosa. Si sigues por el mismo camino mucho tiempo, nunca tendrás valor para romper. No tienes excusa para prolongar tu forma de vida actual. Estás obedeciendo a la ley de la inercia, nada más.»
Se aclaró la garganta, como si su propia observación lo hubiera puesto violento. Después prosiguió con claridad y rapidez:
«No soy el compañero ideal para ti, de acuerdo. Tengo todos los defectos imaginables y soy totalmente egocéntrico, como he dicho muchas veces, pero no soy envidioso ni celoso, ni ambicioso siquiera, en el sentido habitual. Aparte de las horas de trabajo —y no tengo intención de matarme—, estarías solo la mayor parte del tiempo, con libertad para hacer lo que quisieras. Conmigo estarías a solas, aun-1 que compartiéramos la misma habitación. Me da igual donde vivamos, con tal de que sea en el extranjero. De ahora en adelante me voy a tumbar a la bartola. Me separo de mis semejantes. Nada podría inducirme a participar en el juego. En la actualidad, no puede realizarse nada de valor, al menos en mi opinión. A decir verdad, puede que no llegue a hacer nada, pero al menos tendré la satisfacción de hacer aquello en lo que creo... Mira, tal vez no haya expresado con demasiada claridad lo que quiero decir con esa cuestión de Dostoyevski. Vale la pena profundizar un poco más, si no te aburro demasiado. Tal como yo lo veo, con la muerte de Dostoyevski el mundo entró en una fase de su existencia del todo nueva. Dostoyevski resumió la Edad Moderna, como Dante la Edad Media. La Edad Moderna —denominación inapropiada, por cierto— ha sido una simple época de transición, una tregua, en la que el hombre ha podido adaptarse a la muerte del alma. Ya estamos viviendo una especie de grotesca existencia lunar.
Las creencias, las esperanzas, los principios y las convicciones que sustentaban nuestra civilización han desaparecido y no van a volver. Acéptalo a ciegas de momento. No, en adelante y durante mucho tiempo por venir vamos a vivir mentalmente. Eso significa destrucción... autodestrucción. Si me preguntas por qué, lo único que te puedo decir es... que porque el hombre no está hecho para vivir sólo mentalmente. El hombre ha nacido para vivir con todo su ser, pero la naturaleza de ese ser está perdida, olvidada, enterrada. El propósito de la vida en la Tierra es el de descubrir nuestro auténtico ser... ¡y vivir de acuerdo con él! Pero no vamos a entrar en eso. Eso es para el futuro lejano. El problema es... entretanto. Y ahí es donde intervengo yo. Permíteme exponértelo con la mayor brevedad posible...Todo lo que hemos sofocado, tú, yo, todos nosotros, desde que comenzó la civilización tenemos que vivirlo. Debemos reconocer lo que somos. ¿Y qué somos sino el producto final de un árbol que ya no puede dar frutos? En consecuencia, tenemos que meternos bajo tierra, como la semilla, para que surja algo nuevo, algo diferente. No es tiempo lo que hace falta, sino una nueva forma de ver las cosas: en otras palabras, un nuevo apetito de vida. Lo que ahora tenemos es una simple apariencia de vida. Estamos vivos sólo en sueños. Lo que se niega a morir es la inteligencia que hay en nosotros. La inteligencia es resistente... y mucho más misteriosa que los sueños más delirantes de los teólogos. Puede que sólo exista inteligencia... no la humilde que conocemos, desde luego, sino la gran Inteligencia en que flotamos, la Inteligencia de que está impregnado el universo entero. Dostoyevski tuvo -permíteme recordártelo- una visión asombrosamente penetrante no sólo del alma del mundo, sino también de la inteligencia y del espíritu del universo. Por eso, es imposible deshacerse de él, aunque, como ya he dicho, lo que representa está muerto.»
En aquel momento tuve que interrumpirlo. «Perdona», dije, «pero, ¿qué representaba Dostoyevski, en tu opinión?».
«No puedo contestar en pocas palabras. Nadie puede hacerlo. Nos dio una revelación y a cada uno de nosotros corresponde sacarle el mayor provecho posible. Unos se pierden en Cristo. También puede uno perderse en Dostoyevski. Te lleva hasta el final del camino... ¿Significa eso algo para ti?»
«Sí y no.»
«Para mí», dijo Stymer, «significa que hoy no existen las posibilidades que se imaginan los hombres. Significa que nos hacemos ilusiones por completo falsas... sobre todas las cosas. Dostoyevski exploró el terreno por adelantado y encontró el camino obstruido a cada curva. Fue un adelantado en el sentido profundo de la palabra. Tomó una posición tras otra, en todos los puntos peligrosos y prometedores, y descubrió que no había salida para nosotros, tal como somos. Al final, se refugió en el Ser Supremo».
«Ese no se parece al Dostoyevski que yo conozco», dije. «Hay un matiz de desesperación.»
«No, no es desesperación ni mucho menos. Es realismo... en sentido sobrehumano. La última cosa en que habría creído Dostoyevski es en un más allá como el que predican los curas. Todas las religiones nos dan a tragar una píldora edulcorada. Quieren que traguemos lo que nunca podremos ni querremos tragar: la muerte. El hombre nunca aceptará la idea de la muerte, nunca se resignará a ella... Pero me estoy desviando. Tú hablas del destino del hombre. Dostoyevski entendió, mejor que nadie, que el hombre nunca aceptará la vida incondicionalmente hasta que no se vea amenazado de extinción. Estaba profundamente convencido, me atrevería a decir, de que el hombre puede disfrutar de vida eterna, si lo desea con todo su corazón y todo su ser. No hay razón para morir, ninguna. Morimos porque carecemos de fe en la vida, porque nos negamos a entregarnos a la vida por completo.
Y eso me trae al presente, a la vida tal como la conocemos hoy. ¿Acaso no es evidente que toda nuestra forma de vida es una entrega a la muerte? En nuestros desesperados esfuerzos para protegernos, para proteger lo que hemos creado, provocamos nuestra propia muerte. No nos entregamos a la vida, luchamos para evitar la muerte. Lo que no significa que hayamos perdido la fe en Dios, sino que hemos perdido la fe en la vida misma. Vivir peligrosamente, como dijo Nietzsche, es vivir desnudo y sin vergüenza. Significa poner la confianza en la fuerza vital y dejar de combatir con un fantasma llamado muerte, un fantasma llamado enfermedad, un fantasma llamado pecado, un fantasma llamado miedo, etcétera. ¡El mundo de los fantasmas! Ese es el mundo que nos hemos creado. Piensa en los militares, que no dejan de hablar del enemigo. Piensa en los curas, con su eterna cháchara sobre el pecado y la condenación. Piensa en el gremio de los juristas, con su eterna cháchara sobre sanciones y encarcelamientos. Piensa en la profesión médica, con su eterna cháchara sobre la enfermedad y la muerte. Y nuestros educadores, los mayores imbéciles que hayan existido, con su rutina de papagayo y su incapacidad innata para aceptar idea alguna que no tenga cien o mil años de antigüedad. En cuanto a los que gobiernan el mundo, ésos son los seres menos íntegros, más hipócritas, más ilusos y menos imaginativos que se puedan concebir. Tú afirmas estar preocupado por el destino del hombre. El milagro es que el hombre haya mantenido hasta la ilusión de la libertad. No, el camino está obstruido, cualquiera que sea la dirección que sigas. Todos los muros, todos los obstáculos que nos rodean son obra nuestra. No hay por qué hacer intervenir a Dios, al diablo o al azar. El Señor de toda la Creación está echando una siesta, mientras nosotros intentamos resolver el rompecabezas. Nos ha permitido privarnos a nosotros mismos de todo menos de la inteligencia.
En la inteligencia es donde se ha refugiado la fuerza vital. Todo ha sido analizado hasta anularlo. Tal vez ahora el propio vacío de la vida adquiera sentido, proporcione la clave.»
Se detuvo de pronto, se quedó absolutamente inmóvil por un rato y después se alzó sobre un codo.
«/El aspecto criminal de la inteligencia! No sé dónde ni cómo conocí esa expresión, pero me cautiva por completo. Podría ser el título general de los libros en que estoy pensando. Esa1 palabra misma, "criminal", me estremece hasta la médula.; Es una palabra tan carente de sentido en la actualidad, y, sin embargo, es la palabra más... ¿cómo diría? ... más seria del vocabulario del hombre. La propia idea de crimen es aterradora. Tiene unas raíces tan profundas y enmarañadas. ] En otro tiempo, la gran palabra para mí era "rebelde". Sin embargo, cuando digo "criminal", soy presa de un absoluto desconcierto. A veces no sé -lo confieso— qué significa esa palabra o, si creo saberlo, me veo obligado a considerar la Humanidad entera como un monstruo indescriptible de cabeza de hidra, cuyo nombre es CRIMINAL. A veces lo expreso de otro modo para mis adentros: el hombre, criminal para sí mismo, lo que carece casi de sentido. Lo que intento decir, aunque tal vez sea trillado, trivial, simplista, es esto: si existe un criminal, toda la raza está corrompida. No se puede eliminar el elemento criminal del hombre realizando una operación quirúrgica en la sociedad. Lo criminal es canceroso y lo canceroso es impuro. El crimen no es meramente coetáneo de la ley y del orden, es prenatal, por decirlo así.
Radica en la conciencia misma del hombre y no se lo desalojará, no se lo extirpará, hasta que nazca una nueva conciencia. ¿Me explico? La pregunta que me hago una y mil veces es: ¿cómo llegó el hombre a considerar criminal a sí mismo y a su prójimo? ¿Qué le hizo abrigar sentimientos de culpabilidad? ¿Hacer que hasta los animales se sientan culpables? En otras palabras, ¿cómo es que llegó a envenenar la vida en el origen?
Es muy cómodo reprochárselo a los sacerdotes, pero no puedo atribuirles tanto poder sobre nosotros. Si nosotros somos víctimas, ellos también, pero, ¿de qué somos víctimas? ¿Qué es lo que nos tortura tanto a los jóvenes como a los viejos, a los sabios como a los inocentes? Creo que eso es lo que vamos a descubrir, ahora que nos hemos refugiado bajo tierra. Al quedar desnudos e indigentes, podremos dedicarnos al gran problema sin estorbos: durante una eternidad, si es necesario. Ninguna otra cosa tiene importancia, ¿no te parece? Tal vez no. Quizá lo vea yo con tanta claridad, que no puedo darle la expresión adecuada con palabras. En cualquier caso, ésa es la perspectiva de nuestro mundo...»
En aquel momento se levantó de la cama para prepararse una copa, al tiempo que me preguntaba si podía seguir soportando su tonta cháchara. Dije que sí con la cabeza.
«Como ves, parece que me hubieran dado cuerda», prosiguió. «En realidad, estoy empezando a verlo todo tan claro otra vez, ahora que te he soltado el rollo, que casi tengo la sensación de que podría escribir los libros yo mismo. Si no he vivido para mí mismo, he vivido desde luego, las vidas de otra gente. Tal vez empiece a vivir la mía, cuando me ponga a escribir. Mira, ya me siento más predispuesto hacia el mundo, por haberme desahogado. Tal vez tuvieras razón con lo de ser más generoso conmigo mismo. Desde luego, es una idea tranquilizadora. Por dentro, soy todo vigas de acero. Tengo que fundirme, tengo que criar fibra, cartílago, linfa y músculo. Pensar que alguien pueda llegar a estar tan rígido... ridículo, ¿eh? Ese es el resultado de pasar toda la vida combatiendo.»
Hizo una pausa lo bastante larga para echar un buen lingotazo y después volvió a embalarse.
«Mira, no existe en el mundo cosa por la que valga la pena luchar, salvo la paz espiritual. Cuanto más triunfas en este mundo, más te derrotas. Jesús tenía razón. Hay que vencer al mundo. Por supuesto, hacerlo significa adquirir una nueva conciencia, una nueva visión de las cosas y ése es el único significado que se puede atribuir a la libertad. Nadie i que pertenezca al mundo puede alcanzar la libertad. Mue-d re para el mundo y encontrarás la vida eterna. Supongo que  sabrás que el advenimiento de Cristo fue de la mayor importancia para Dostoyevski, quien sólo consiguió aceptar la idea' de Dios concibiéndolo como dios-hombre. Humanizó la concepción de Dios, lo volvió más próximo a nosotros, más comprensible y, al final, por extraño que pueda parecer, ] más divino incluso... Una vez más debo hablar del criminal.  El único pecado, o crimen, que el hombre podía cometer, i en opinión de Cristo, era contra el Espíritu Santo: negar el espíritu, o la fuerza vital, si quieres. Cristo no reconocía la existencia de criminales. Hacía caso omiso de todos esos disparates, esa confusión, esa grosera superstición con la que el hombre se ha cargado durante milenios. "Quien esté libre de pecado, ¡que tire la primera piedra!" Lo que no quiere decir que Cristo considerara a todos los hombres pecado- j res. No, sino que todos estamos imbuidos, teñidos, contaminados con la idea del pecado. Tal como yo entiendo sus palabras, por sentimiento de culpabilidad es por lo que creamos el pecado y el mal. No es que el pecado y el mal tengan realidad propia alguna, lo que me hace volver de nuevo al atolladero actual. Pese a las verdades que Cristo proclamó, el mundo está ahora corrompido y saturado de maldad. Todo el mundo actúa como un criminal para con el prójimo. Por eso, a no ser que nos pongamos a matarnos unos a otros —la matanza mundial—, tenemos que hacer frente al poder demoníaco que nos gobierna. Tenemos que convertirlo en una fuerza sana y dinámica que nos libere no sólo a nosotros — ¡no somos tan importantes!—, sino también la fuerza vital encerrada en nuestro interior
Sólo entonces empezaremos a vivir y vivir significa vida eterna, nada menos. Fue el hombre quien creó la muerte, no Dios. La muerte es la señal de nuestra vulnerabilidad, nada más.»
Siguió hablando y hablando. No pude pegar ojo hasta cerca del amanecer. Cuando me desperté, se había ido. Sobre la mesa encontré un billete de cinco dólares y una breve nota en la que decía que debía olvidar todo lo que habíamos hablado, que carecía de importancia. «Igualmente voy a encargar un traje nuevo», añadía. «Puedes escoger el tejido por mí.»
Naturalmente, no lo pude olvidar, como él proponía. En realidad, durante semanas no pude pensar en otra cosa que en «el hombre, un criminal» o, como había dicho Stymer, «el hombre, criminal para sí mismo».
Una de las muchas expresiones que había soltado no dejaba de atormentarme: la de que «el hombre se ha refugiado en la inteligencia». Estoy convencido de que fue la primera vez que puse en cuestión la existencia de la inteligencia como algo independiente. La idea de que tal vez todo fuera inteligencia me fascinaba. Me parecía más revolucionaria que nada de lo que había oído hasta entonces.
En verdad, era curioso, por no decir algo más, que un hombre de las características de Stymer hubiese estado obsesionado por la idea de meterse bajo tierra, de refugiarse en la inteligencia. Cuanto más pensaba en esa cuestión, más me parecía que Stymer estaba intentando convertir el cosmos en una ratonera asombrosa y monumental. Cuando unos meses después, al enviarle un aviso para que viniera a probarse, me enteré de que había muerto de una hemorragia cerebral, no me sorprendió lo más mínimo. Evidentemente, su inteligencia había rechazado las conclusiones que él le había impuesto. Se había masturbado mentalmente hasta la muerte. Entonces dejé de preocuparme sobre la cuestión de la inteligencia como refugio. La inteligencia es todo. Dios es todo. ¿Y qué?

Brillante....


miércoles, 22 de diciembre de 2010 en 11:43

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