Los trovadores y el amor cortés

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La literatura del amor cortés floreció durante el siglo XII, especialmente en Aquitania y Provenza. Los cantares de gesta tendían a celebrar los ideales caballerescos del valor en batalla, la lealtad y el honor, mientras que los lais celebraban el amor.

Fueron los poetas del sur, los trovadores, quienes popularizaron el concepto de amor cortés, revolucionario en aquel tiempo. Basándose en ideas de Platón y de escritores árabes, e influenciados por el creciente culto a la Virgen María, estos poetas componían su obra en la lengua occitana (langue d’Oc). Deificaban a las mujeres, concediéndoles superioridad sobre los hombres, y establecían códigos de cortesía y conducta caballerosa. Estos preceptos iban a encontrar eco en los poetas del norte de Francia, que escribían en la lengua llamada langue d’Oeil.
  
 


Bajo las normas del amor cortés, la amada, que es una figura idealizada, a menudo de alto rango e incluso casada, permanece inalcanzable para su humilde adorador, que debe rendirle homenaje y demostrarle su devoción y lealtad durante un tiempo antes de que su amor sea siquiera reconocido. En este juego la mujer siempre ostenta el liderazgo y establece el tono de la relación. Sus deseos y órdenes son absolutos, y cualquier pretendiente que no los cumpla no es merecedor del honor de obtener su amor. Había un cierto erotismo subyacente bajo estos preceptos, pues se entendía tácitamente que el que persistía llegaría a conseguir un día la recompensa que esperaba.

La era de los trovadores terminó a comienzos del siglo XIII con la persecución de los cátaros, durante lo que fue dado en llamar la Cruzada Albigense. Tras el holocausto de Montségur, el sur de Francia quedó tan devastado que su cultura nativa, que había florecido bajo los auspicios de Leonor de Aquitania, terminó por desaparecer.


Se conocen unos 400 trovadores, autores de más de 4.000 poemas. Procedían de todos los estratos sociales. El más antiguo que se conoce es Guillermo IX, duque de Aquitania, abuelo de Leonor. Vivió entre los años 1071 y 1127. Escribía en sus cortes de Poitiers y Burdeos, y seguramente también durante los viajes que le llevaron a Tierra Santa, donde mandaba un ejército de 30.000 hombres, y a España. Estuvo en contacto con las cortes de Anjou y de Ventadour.

Bernart de Ventadour, que vivió en la segunda mitad del siglo XII, fue de origen humilde, probablemente hijo de un panadero. Trabajó para el vizconde Ebles de Ventadour, su protector, de quien debió de aprender el arte de cantar y escribir. Pronto sobrepasó a su patrón, a cuya esposa, Agnès de Montluçon, estaban dedicados sus primeros poemas. También estuvo en Narbona y Tolosa, y escribió para Leonor de Aquitania, con la que viajó a Normandía e Inglaterra.


Marcabru, un gascón de origen igualmente humilde, trabajó para las cortes de Aragón y de Castilla. Estuvo en contacto con el también trovador Jaufré Rudel, príncipe de Blaye, que murió en las Cruzadas hacia 1148 dando origen a una romántica leyenda según la cual se habría enamorado de la condesa de Trípoli, a la que nunca había visto, por los informes que traían los peregrinos que venían de Antioquía. Fue por el deseo de verla por lo que tomó la cruz y partió a Tierra Santa.

De Cercamon sabemos muy poco. Sus poemas datan de mediados del siglo XII, y uno de ellos es un lamento por la muerte de Guillermo X de Aquitania, hijo del famoso trovador. Y otro alude al matrimonio de Leonor de Aquitania.


La mayoría de los trovadores parecen haber sido itinerantes. Algunos, como en el caso del duque Guillermo, de Ricardo Corazón de León o de Alfonso II de Aragón, por razones de Estado. Otros por seguir a su señor. Peire Vidal trabajó no sólo para el conde de Tolosa y el rey de Aragón, sino también para el marqués de Montferrat, como muchos  otros trovadores de finales del siglo XII y principios del XIII con los que visitó Chipre y tal vez Constantinopla.

Otros poetas, sin embargo, se quedaron en casa: María de Ventadour, Raimbaut de Orange o la condesa de Die.

Había puntos de especial importancia para los trovadores, como Vienne, en el Delfinado, Le Puy o Toulouse, sede de los Juegos Florales. No todos eran provenzales, por supuesto, pero buena parte de este movimiento y de su difusión se debe a la influencia de las casas de Anjou, Aragón, Toulouse y Provenza, con una larga tradición de patronazgo, además de haber producido poetas y trovadores entre sus propios miembros.



Bibliografía:
The troubadours – H. J. Chaytor
Eleanor of Aquitaine – Alison Weir
 

domingo, 16 de enero de 2011 en 13:12

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