Durante treinta años
vivió bajo la parra,
bien firmes en el aro
de fierro las dos patas.
Allí tenía todo
cuanto necesitaba
su gárrula persona:
balcón, tribuna y cama.
El viejo alambre que
tras la botella clásica
el aro sostenía,
vibraba con la charla,
la grita y el fandango.
¡Botella que colgabas
al pájaro impidiendo
trepar hasta la parra,
creyérase que siempre
vertieras rubia caña
para embriaguez perpetua
del ave dionisiaca!
Dicen: murió de viejo;
dicen: murió de rabia.
Es falso: el pobre loro
murió por otras causas.
¡Pregunten a la higuera,
pregunten a la parra,
pregunten al silencio
en que se hundió la casa!
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